En 1927, y en Nueva York, se organizó un torneo a cuatro rondas entre los seis ajedrecistas más destacados, para nombrar el futuro pretendiente al trono mundial. Capablanca tomo parte en él, aventajó a Alekhine en dos puntos y medio y ocupó brillantemente el primer puesto de la clasificación. Los seguidores de Capablanca celebraron aquella victoria. Por su parte, Alekhine obtuvo el derecho a disputar el título de campeón del mundo y se enteró de lo que los demás desconocían: el juego del titular tenía defectos bastante serios. Esto le indujo a analizar seriamente sus partidas; pero no publicó los resultados de sus análisis hasta después de derrotarlo contra todo pronóstico. Esto sucedía en el año 1927. No previó Capablanca el real desenlace y pasó por alto reglamentar la obligatoriedad del derecho a revancha, por lo que pasó el resto de su existencia añorando una oportunidad para reconquistar la corona. Miguel Najdorf dijo a los redactores sobre este tema: “Capablanca subestimó a Alekhine. Ese match no lo ganó Alekhine, lo perdió Capablanca, porque olvidó que Alekhine también era un gran jugador”.
Perdido que hubo el título, Capablanca continuó tomando parte en los torneos, realizó magníficas partidas y se clasificó en los primeros puestos. Así y todo, se desvaneció la ciega fe en su invencibilidad, y el “autómata ajedrecista” dejó de existir.
La victoria de Alekhine, genuino representante de la escuela combinatoria, puso de manifiesto que el antiguo arte ajedrecista está lleno de vitalidad, que entraña todavía muchas sorpresas y que ningún ajedrecista, ni aun el más genial, puede reducir el proceso artístico a automático.